miércoles, 11 de julio de 2018

Los «retellings» de la Jotacá y de la Gallego




¡Buenos días!
En el post anterior estuvimos hablando sobre los retellings, de dónde vienen y quiénes los realizaban, pero hoy me gustaría hablar de unos «retellings» un tanto peculiares. 
Jotacá (J.K Rowling) escribió en 2001 «Animales fantásticos y dónde encontrarlos» o, como a mí me gusta llamarlo, «Bestiario 20.01». En él, Rowling nos explicaba los animales que podíamos encontrar en el mundo mágico, con sus descripciones, etc, etc.
Unos cuantos años más tarde, exactamente diecisiete años, vería a la luz un nuevo libro de la autora de fantasía más importante que hay a día de hoy en España, Laura Gallego García: «El bestiario de Axlin» o, como a mí me gusta llamarlo, «Bestiario 20.18»
Las historias son, evidentemente, diferentes entre sí. La autora británica se dedica a escribir y describir animales que ha «creado» en su mundo mágico y la autora española narra la historia de una escriba que se dedica a investigar sobre los monstruos de su aldea. Pero, ¿acaso sabemos dónde está el origen de los este tipo de «literatura»?

Retrocedamos en el tiempo unos cuantos siglos, unos diecinueve siglos, al siglo II D.C, cuando a un ser anónimo se le ocurre datar y describir todos los animales, plantas y piedras que ve, en griego. Llega el siglo V y se hacen lo que hoy en día hemos etiquetado como retellings, es decir, esas adaptaciones de la obra original. En la Edad Media, ya comienza a haber traducciones de los bestiarios -recordad que una traducción no es una adaptación, sino que se trata de una reproducción de una obra en otro idioma-. Estos libros solían traer representaciones gráficas de los animales junto a su descripción física y moral, en otras palabras, eran libros con dibujitos. Llegan los siglos XII y XIII y con ellos llega el desarrollo de la escritura vernácula, por lo que estos libros atraerán la atención de una nueva clase lectora: la nobleza. Estos libros, evidentemente, no eran una enciclopedia -todavía faltaban unos cuantos siglos para la Ilustración-; los animales que se representaban en los bestiarios no solían ser más de una veintena. Algunos de estos animales eran perfectamente reconocidos por la población, como el zorro, la perdiz, el ciervo, la hormiga o el cuervo, pero, por muy familiares que fuesen, estos animales tenían, en la época, ciertas características que eran dignas de observación.
Tras la descripción física, solía incluirse en estos un relato etiológico para explicar la moralidad de estos animales. Dichos relatos serían utilizados durante el medievo para la predicación
, sobre todo era un gran instrumento para el cristianismo.
Sin embargo, también encontraríamos en estos bestiarios animales que resultaban ser exóticos y que hoy en día nos resulta muy normal verlos en los documentales que, al menos, se emiten en España en La 2, a la hora de la siesta, como lo eran el león y el mono. Otras representaciones rozaban lo fantástico, como las del rinoceronte, el cocodrilo o la del elefante.
Los bestiarios recogían, asimismo, muchos animales que hoy en día no dudaríamos en clasificar cómo fantásticos -y dónde encontrarlos- pero que, para los lectores del medievo, eran totalmente reales como los demás seres que hoy en día conocemos: la hidra, el Fénix, el centauro y la sirena eran algunos de ellos.

Podemos ver que, en efecto, ni Laura Gallego se ha basado en Rowling ni la Jotacá ha escrito algo muy innovador con su propio bestiario, por lo que lo podríamos denominar como adaptaciones, versiones, reinterpretaciones, cre
aciones inspiradas en, o retellings de una obra, el Physiologus, que derivaría al siglo XXI a lo que conocemos como la biología y el estudio de los animales, la zoología; las plantas, la botánica; y el estudio de las piedras y los minerales, la geología.









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